compromiso con la locura; por el contrario,
debe seguir los caminos que ésta le
señala."
Michel Foucault.
En Mabalacat, antigua base kamikaze de Filipinas, hay una placa
en la que se lee que el teniente Yukio Seki fue la primera bomba humana oficial
del mundo. También consta la fecha de la primera misión suicida de la guerra aprobada
oficialmente —25 de octubre de 1944— y la lista de los daños causados ese día a
la flota norteamericana en aguas filipinas.
Una de las ironías de la guerra es que
el primer piloto kamikaze oficial no tuviera ni el más leve deseo de
suicidarse. El teniente Yukio Seki, experto aviador, tenía miles de
razones para creer que era mucho más útil para su país vivo que muerto.
Pero el destino dictó un final temprano
y violento para la vida de este joven y atractivo oficial de 23 años, graduado
en la Academia Naval, cuando los ojos de sus superiores se posaron sobre él por
considerarlo el piloto más capacitado para dirigir la primera misión suicida
contra la flota norteamericana aprobada oficialmente.
Sobre el papel, todo parecía indicar que Seki se había ofrecido
voluntario para la misión, pero en realidad no fue así. Y, a diferencia de la
alegría mostrada por los jóvenes pilotos kamikaze que anhelaban el momento de
estrellarse contra el enemigo, a Yukio Seki el ser seleccionado para comandar
una salida sin retorno le llevó al abatimiento.
Como las operaciones kamikaze
aumentaban a velocidad exponencial, se elaboró, para mayor seguridad, una
numerosa lista de pilotos supuestamente voluntarios. En un debate entre ex
pilotos kamikaze publicado en 1977 en el famoso diario japonés Bungei Shunju,
uno de ellos dice que en su destacamento nunca pidieron voluntarios para las
unidades kamikaze puesto que en los cuarteles generales se daba por hecho que
todos querían hacerlo. Por lo tanto, los oficiales del Estado Mayor continuaron
añadiendo nombres a la lista de los escuadrones de la muerte. Esta práctica
desmoralizó tanto a muchos de los que esperaban su turno que a menudo decían a
sus superiores: «Puesto que van a matarnos, por favor háganlo cuanto antes».
La realidad es que Yukio Seki aceptó
convertirse en «la primera bomba humana oficial», a pesar de que algo en su
interior le decía que un piloto con su experiencia y talento podía servir mejor
a la nación participando en muchas acciones de combate contra el enemigo, y no
sólo en una. Pero no tuvo oportunidad de retirarse, pues sus superiores
mencionaron que no sólo era el candidato favorito para dirigir la primera
misión suicida, sino también el elegido por el almirante Takijiro Onishi (el
«Mister Aviación de Japón»), que estaba al mando de la Fuerza Aérea de la
Armada en Filipinas. Por consiguiente, cuando a Seki le preguntaron si
aceptaría, no pudo negarse.
Pero, aunque aparentemente se mostraba
tranquilo, internamente se sentía muy deprimido.
Justo antes de su última misión, le
dijo a un periodista que enviar a un piloto de su experiencia a una misión
suicida no sólo era una locura, sino también un trágico error en un momento en
el que había tanta escasez de aviadores expertos. Puesto que la nación los
necesitaba, sus vidas no debían ser malgastadas. Pero lo dijo en privado,
cuando ya era demasiado tarde para cambiar su situación. Además, había otra
razón personal para que Seki deseara continuar vivo: se había casado
recientemente y, según su última carta, estaba profundamente enamorado de su
esposa.
Así es como Yukio Seki se presentó
«voluntario»:
El 19 de octubre, en el campo de
aviación de Mabalacat, Filipinas, le pidieron a Seki que se presentara ante el
subcornandante del Ala Aérea, Asaichi Tamai. Al llegar, vio que el capitán
Rikihei Inoguchi, oficial del Estado Mayor a las órdenes del almirante Takijíro
Onishi (foto izq.), estaba sentado junto a Tamai (Onishi era el comandante de
la Primera Flota Aérea). Le ofrecieron una silla. Cuando se sentó, Tamai le
puso una mano en el hombro y le confló que el almirante estaba proyectando un
ataque suicida contra un destacamento norteamericano en las inmediaciones de
Filipinas y estaban pensando en él para que dirigiera el ataque.
El ambiente estaba tenso y cargado de
emoción. Otro oficial allí presente dijo qué Tamai hablaba con lágrimas en los
ojos.
Tamai le preguntó a Seki si aceptaría
dirigir una misión suicida con cazas Zero. El apuesto teniente se quedó
inmóvil. Transcurrieron cinco largos segundos. Luego, pasando los dedos por su
largo cabello negro, respondió afirmativamente, con una voz firme que ocultaba
sus verdaderos sentimientos. Después de todo, era un oficial de la Marina, un
graduado de la Academia Naval. Tenía que aceptar, no había otra salida.
—Sí, haré el trabajo —se oyó decir a sí
mismo.
A continuación, Tamai le preguntó:
—Está soltero, ¿verdad?
—No. Tengo una esposa, señor.
En realidad, Tamai buscaba un hombre
soltero para dirigir la primera misión de Ataque Especial pero,
sorprendentemente, el hecho de que Seki estuviera recién casado no le preocupó.
En efecto, los antecedentes de Seki hacían de él el hombre idóneo; y los
oficiales presentes así se lo harían saber al comandante de la Flota Aérea, el
almirante Onishi.
Seki combatía por primera vez en el mar
de Solomon, al sur de Nueva Guinea, cuando los bombarderos norteamericanos
atacaron el Chitose, que transportaba municiones a la isla de Guadalcanal, tras
el desembarco de los norteamericanos. Durante el ataque, Seki se encontraba en
el puente de mando. El barco resultó dañado cerca de la sala de máquinas y lo
repararon en la isla de Truk.
Yukio Seki había nacido en 1921 en Iyo
Saijo, una ciudad encantadora, pequeña y tranquila, en la isla de Shikoku.
Cuando era niño, su madre se dívorció de su padre, quien posteriormente se
trasladó a Osaka y allí abrió un negocie de antigüedades. AY ukio, hijo único,
le crió su madre, ambo5 vivían solos en una casa pequeña, entre una farmacia y
una papelería al lado de la calle principal de la ciudad.
En la escuela secundaria, Yukio llegó a
ser capitán del equipo de tenis. Era un excelente jugador y un año su equipo
ganó el campeonato en el torneo organizado por la escuela. A pesar de que
deseaba seguir sus estudios, la economía familiar se lo impidió. En 1938 se
preparó para ingresar en las academias militares del Ejército y la Marina. Le
admitieron en ambas, pero escogió esta última. Cuando se graduó en 1941, le
destinaron al acorazado Fuso, donde se le concedió el rango de alférez. De allí
fue trasladado al Chitose e indirectamente participó en la histórica batalla de
Midway, pues el barco formaba parte de las fuerzas de retaguardia que seguían
al destacamento principal.
Sus compañeros fueron testigos de su
versatilidad y su interés por el arte. Una de sus aficiones era el dibujo, y,
cuando no estaba de servicio se entretenía realizando muchos esbozos.
En noviembre de 1942, regresó a Japón e
ingresó en la Academia de Vuelo de la Marina de Kasumigaura, en la prefectura
de Ibaragi, para hacerse piloto. Tras terminar la formación básica, le
trasladaron a la base aérea de Usa, en la prefectura de Oita, para
especializarse en el ataque a portaaviones. En enero de 1944, empezó a prestar
servicios como instructor de vuelo en Kasumigaura. Durante su estancia en la
academia, hizo amistad con los Watanabes, una familia de Kamakura a la que
frecuentó durante dos años, y se enamoró de Mariko, una de las hijas. Un día,
mientras estaba tomando unas copas con sus compañeros de instrucción, uno de
ellos propuso que se casaran todos el mismo día, el día de la Marina el 27 de
mayo. Era el aniversario de la victoria sobre los rusos en la batalla del
estrecho de Tsushima. Todos estuvieron de acuerdo.
Ese fin de semana, Seki fue a Kamakura
e hizo una visita a los Watanabe. Se declaró a Mariko en presencia de la madre.
Mariko aceptó y finalmente se casaron en el Club de Oficiales de la Marina el
31 de mayo de 1944, en Tokio. La madre de Seki, Sekae, fue el único miembro de
la familia que estuvo presente en la boda y en el banquete que vino después.
Vivió con la joven pareja aproximadamente un mes, luego se marchó diciendo que
a los recién casados había que dejarlos solos. Enseguida se trasladaron a una
casa cercana a la academia de vuelo.
En septiembre de 1944 Seki fue trasladado
a Taiwan, en la isla de Taiwan, donde prestaría servicios en su base aérea como
instructor de vuelo. Debido a la incertidumbre de su situación, Mariko no pudo
acompañarle, aunque fue a despedirle a Oppama, cerca de Yokohama, desde donde
cogería un avión anfibio que le llevaría a Tainan. Tres semanas después le
trasladaron de nuevo, esta vez al Ala Aérea Naval 201, en el campo de aviación
de Nicholas, en Luzón, Filipinas, como comandante de la Unidad de Combate 301.
Cuando los ataques norteamericanos se intensificaron, la unidad se trasladó al
aeropuerto de Mabalacat.
La mañana del 20 de octubre se ordenó a
los pilotos de la unidad que se congregaran en un lugar cercano a sus
dependencias, no muy lejos del río Bamban, para escuchar las palabras del
célebre pionero de la aviación, el almirante Takijiro Qnishi. El paisaje
apacible del río, que discurría suave y poco profundo junto con el reflejo
plateado de las altas hierbas del pantano cimbreadas por la brisa de otoño,
recordaba a más de uno su tierra natal. El almirante, que estaba pálido y
preocupado, habló lentamente y un tanto vacilante:
Japón está en grave peligro. La
salvación de nuestro país ya no está en manos de los ministros, ni del Estado
Mayor, ni de humildes comandantes como yo. Por ello, en representación de
vuestros cien millones de compatriotas, os pido este sacrificio y rezo por
vuestro triunfo. Desgraciadamente, no podremos deciros los resultados. Pero
seguiré vuestros esfuerzos hasta el final y comunicaré vuestros logros alTrono.
Podéis estar seguros de ello.
Después, en tono conciliador, añadió:
«Vosotros ya sois dioses sin deseos terrenales.Vais a entrar en un largo
sueño.»
Mientras estrechaba la mano a todos los
pilotos y les deseaba suerte, dijo: «Os pido a todos que lo hagáis lo mejor
posible.» Testigos presenciales dicen que el almirante, que en ese momento
contaba 53 años de edad, tenía lágrimas en los ojos cuando terminó de hablar.
Después de su entrevista con Tamai e
Inoguchi, Seki regresó al cuartel y escribió las últimas cartas a su esposa,
Mariko, a su madre y a sus suegros. Las cartas no revelaban sus sentimientos
más íntimos sobre la misión suicida que iba a acometer. Ésta es la carta que
Seki escribió a su esposa:
Mi querida Mariko:
Siento mucho tener que «esparcirme»
[eufemismo que utiliza en lugar de «morir en la batalla»; se refiere a la
dispersión en el aire de las flores del cerezo] antes de que pueda hacer más
por ti. Sé que, como esposa de un militar, estás preparada para afrontar
semejante situación. Cuida de tus padres.
Ahora que llega la hora de partir
vienen a mi mente innumerables recuerdos de tantas cosas que hemos compartido.
Buena suerte para la traviesa Emi-chan [la pequeña Emi, hermana menor de
Mariko].
Yukio Seki escribió un mensaje en forma
de poema para los pilotos que había tenido como alumnos:
Descended mis pupilos
mis pétalos de flor de cerezo, como yo
descenderé, sirviendo a nuestro país.
A sus padres les dirigió la siguiente
carta:
Querido padre, querida madre:
[Después de hablar de las dificultades
de un amigo, y pedir a sus padres que le ayudaran, continuaba así:]
En este momento la nación está en una
encrucijada, y el problema sólo se resolverá si cada individuo corresponde al
Emperador por su benevolencia como se merece.
En este sentido el que siga una carrera
militar no tiene otra elección.
[Aquí menciona a los padres de su
mujer] ... a quienes tengo gran estima en el fondo de mi corazón. A ellos no
les puedo escribir sobre estas noticias tan impactantes. De modo que, por
favor, informadles vosotros.
Puesto que Japón es un Imperio, me
estrellaré contra un portaaviones para compensar la generosidad imperial. Estoy
resignado a hacerlo.
A todos vosotros, obediente hasta el
final.
Yukio
A pesar de su aparente compostura, Seki
no pudo contener su frustración. Le dijo a un compañero, el temen-te Naoshi
Kanno, que estaba profundamente trastornado por el rumbo que estaban tomando
los acontecimientos. También estaba preocupado por su esposa y por sus padres.
Sabía, por supuesto, que una vez que había aceptado dirigir la misión de Ataque
Especial no podía volverse atrás. Justo antes de despegar para su última
misión, le confesó a un corresponsal de guerra que no daba su vida por ideas
abstractas, como por ejemplo «salvar a la Madre Patria», sino por su amada
esposa. El periodista era Masashí Onoda de la agencia de noticias Domei.
Un amigo de Seki, que más tarde conoció
a Kanno, dice que éste también estaba descontento; que veía muchas contradicciones
en la concepción de los cuerpos suicidas. «Si algún comandante me ordena
participar en una misión de Ataque Especial, y se niega a dirigirla él mismo,
juro que le mataré», fueron sus palabras.
Con una incuestionable aptitud para
volar, Kanno se había enfrentado unos meses antes a un B-24 norteamericano.
Viendo que no podía derribarlo, decidió destruirlo chocando contra él, esquivó
los disparos mortíferos del bombardero, al tercer intento se acercó y con sus
hélices destrozó el timón del avión con un choque descomunal. El impacto hizo
que Kanno perdiera el conocimiento momentáneamente, pero pudo recuperarse y ver
cómo el bombardero se estrellaba en el Pacífico. El teniente Kanno, igual que
muchos otros pilotos, vivía con la expectativa de la muerte, pero lo que le
diferenciaba era que en su mochila llevaba escrito: «Efectos personales del
difunto capitán de corbeta Naoshi Kanno.»
Era costumbre conceder a los militares
ascensos pos— turnos. En cualquier caso, Kanno daba por perdida cualquier
posibilidad de sobrevivir. En junio de 1945, durante la campaña de Qkínawa,
encontró la muerte al ser derribado al sur de Kyushu, y dejó tras él, debido a
su valor, una buena reputación.
Tamaiy Seki pasaron la mayoría de la
noche planeando la primera misión suicida autorizada. A la mañana siguiente,
Seki se despertó al amanecer para respirar por última vez el primer aire de la
mañana. La primera unidad kamikaze pronto estuvo preparada para despegar.
Después de un desayuno rápido, Seki le pidió a un compañero que le hiciera una
foto para su esposa. También entregó a Tamai un mechón de pelo. Unos minutos
antes de despegar se sacó del bolsillo un puñado de billetes de banco, se los
entregó a un amigo que estaba tras él y le pidió que utilizara ese dinero para
construir aviones.
Posteriormente, un locutor de la radio
de Tokio informó de la escena ocurrida inmediatamente antes del despegue del
grupo en la base aérea de Mabalacat, a las afueras de Manila, de la que fue
testigo ocular. Tras describir el murmullo de emoción que se extendía por las
filas de este «cuerpo especial de la muerte», dijo:
Frente a los cuarteles, los pilotos se
pusieron la ropa y las gafas de vuelo y recibieron con tranquilidad las
instrucciones del comandante, éste les dijo que sus objetivos debían ser los
portaaviones; que cuando fueran a estrellar— se contra ellos debían apuntar a
la parte más vulnerable de la nave. También les dijo que no eran una fuerza de
bombarderos sino bombas humanas.
La emisora de radio informó también de
que ninguno de los hombres llevaba paracaídas.
El 21 de octubre, a las 7.25 de la
mañana, los cazas Zero (los aliados les llamaban «Zekes» en clave) se alinearon
sobre la pista de Mabalacat. Seki ocupó su lugar en la cabina, se ajustó las
gafas y, tras saludar con la mano al personal de tierra, despegó con su unidad
en dirección a un grupo compuesto por numerosos portaaviones norteamericanos.
Pero la unidad de Seki no pudo localizar a la flota norteamericana, y regresó a
la base. Lo mismo sucedió el 22,23 y 24 de octubre. Le acompañaban cuatro cazas
escolta. El 25, tras volar durante 3 horas y 25 minutos, divisaron el objetivo
a 30 millas náuticas de la costa de Samar, y atacaron con éxito el destacamento
norteamericano. Era su quinto intento. Empezaron el ataque a las 10.45. de la
mañana. Los nueve aviones de Seki se situaron sin impedimento alguno sobre los
barcos norteamericanos, a pesar de que había una pequeña patrulla de combate en
el aire. Cinco minutos más tarde, cuando ya los pilotos kamikaze habían elegido
sus objetivos, Seki dio la señal de lanzarse en picado. Su avión iba en cabeza
y fue el primero en caer sobre el suyo: tras desviarse dejando una estela de
humo, ejecutó un picado pronunciado apuntando a la cubierta de uno de los
portaaviones.
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