“Si todos nosotros hiciéramos las cosas que somos
capaces de hacer, nos asombraríamos a nosotros
mismos.”
Thomas Edison.
Meditaba sobre la dualidad que implica levantar las manos:
1. Levantas las manos en un gesto de pedir ayuda; en un gesto de pedir auxilio en caso de un rescate.
2. Levantas las manos con muchisima euforia luego de un triunfo, sea el que sea; llamese deportivo, profesional o una conquista o logro de cualquier tipo.
Pero jamas veremos este gesto en una derrota.
Y es el segundo punto el que me interesa tocar, la señal de triunfo.
El libro de Éxodo en el capitulo 17 a partir del versículo 8, nos muestra lo siguiente:
8 Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim.
9 Y dijo Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec; mañana yo estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano.
10 E hizo Josué como le dijo Moisés, peleando contra Amalec; y Moisés y Aarón y Hur subieron a la cumbre del collado.
11 Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec.
12 Y las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol.
13 Y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada.
Lo importante es nunca bajar los brazos, porque en el momento que lo hagas, seguramente dejaras de luchar por alcanzar el triunfo. Ademas en la cima del éxito nunca te olvides de quienes te ayudaron a subir la
montaña y sostener en alto tus brazos.
Aveces
los triunfadores no son aquellos a los que todo el mundo aplaude y reconoce. No
son los que construyeron grandes obras, dejaron constancia de su liderazgo o
viajaron en primera clase.
A
veces los triunfadores no son los administradores geniales, ni los visionarios
del futuro o los grandes emprendedores. Por ello, tal vez no los reconoceríamos
en medio de tanto pensador, filósofo o tecnólogo, que supuestamente conducen a
este mundo por la senda del progreso.
A
veces el triunfador no es el negociador internacional, o el hacedor de empresas
de clase mundial o el deslumbrante estadista que asiste a reuniones cumbre. No
es el que se afana por exportar mucho, sino el que todavía se importa a sí
mismo.
Porque el triunfador puede ser también el que calladamente lucha por
la justicia, aunque no sea un gran orador o un brillante diplomático. El
triunfador puede ser igualmente el que venció la ambición desmedida y no fue
seducido por la vanidad o el poder. Es triunfador el que no obstante que no
viajó mucho al extranjero, con frecuencia hizo travesías hacia el interior de sí
mismo para dimensionar las posibilidades de su corazón. Es el que quizás nunca
alzó soberbio su mano en el podium de los vencedores, pero triunfó calladamente
en su familia y con sus amigos y los cercanos a su alma. Es, quizá, el que
nunca apareció en las páginas de los periódicos, pero sí en el diario de Dios;
el que no recibió reconocimientos, pero siempre obtuvo el de los suyos; el que
nunca escribió libros, pero sí cartas de amor a sus hijos y el que pensó en
redimir a su país a través de la asfixiante aventura de su trabajo común y
rutinario y aquel que prefirió la sombra, porque, finalmente, es tan importante
como la luz.
A
veces el triunfador no es el que tiene una esplendorosa oficina, ni una
secretaria ejecutiva, ni posee tres maestrías; no hace planeación estratégica ni
elabora reportes o evalúa proyectos, pero su vida tiene un sentido, hace planes
con su familia, tiene tiempo para sus hijos y encuentra fascinante disfrutar de
la hermosa danza de la vida.
A
veces el triunfador no es el pasa a la historia, sino el que hace posible la
historia; el que encuentra gratificante convencer y no sólo vencer y el que de
una manera apacible y decidida lucha por hacer de este mundo un mejor lugar para
vivir. El que sabe que aunque sólo vivirá una vez, si lo hace con maestría, con
una vez le bastará. [Nota del Editor: Vivimos más que una vez. Cada vida es solo
una reencarnación que pasa, pero cada una se debería vivir a lo máximo para el
bien como si fuera la única.]
A veces el triunfador no tiene que ser el que construyó grandes
andamiajes y estructuras administrativas, pero supo cómo construir un hogar; no
es el que tiene un celular, pero platica con sus hijos, no tiene email, pero
conoce y saluda a sus vecinos, no ha ido al espacio exterior, pero es capaz de
ir hacia su espacio interior y sin haber realizado grandes obras
arquitectónicas, supo construirse a sí mismo y fue, como dice el poeta, el
cómplice de su propio destino.
A
veces el triunfador suele ser Teresa de Calcuta, o Francisco de Asís o Nelson
Mandela, o tal vez la enfermera callada, el obrero sencillo y el campesino
olvidado, porque como personas triunfaron sobre la apatía o el desencanto y con
su esfuerzo cotidiano establecieron la diferencia.
A
veces el triunfador puede ser el carpintero pobre de un lugar ignorado, o una
mujer sencilla de pueblo o un niño humilde que nació en un pesebre, porque no
había para él lugar en la posada...
Esta hermosa cancion de ese gran salmista, Samuel Hernandez; dice lo siguiente:
"Levanto mis manos aunque no tenga fuerzas. Levanto mis manos aunque tenga mil problemas. Cuando levanto mis manos comienzo a sentir una unción que me hace cantar. Cuando levanto mis manos comienzo a sentir el fuego. Cuando levanto mis manos mis cargas se van, nuevas fuerzas Tú me das. Todo eso es posible, todo eso es posible, cuando levanto mis manos."
Les comparto el siguiente video para que lo disfruten de la misma forma que yo lo hago.