lunes, 27 de agosto de 2012

LA VERDADERA GLORIA.

           "Nada tan estúpido como vencer. La verdadera gloria
           está en convencer."
 
                                                        Victor Hugo.
 

 
En la Biblia hebraica la palabra que significa gloria implica la idea de peso. El peso de un ser en la existencia define su importancia, el respeto que inspira, su gloria. Para el hebreo, pues, a diferencia del griego y de nosotros mismos, la gloria no designa tanto la fama cuanto el valor real, estimado conforme a su peso.
Las bases de la gloria pueden ser las riquezas. A Abraham se le llama «muy glorioso» porque posee «ganado, plata y oro» Gen 13,2. La gloria designa también la elevada posición social que ocupa un hombre y la autoridad que le confiere. José dice a sus hermanos: «Contad a mi padre toda la gloria que tengo en Egipto» Gen 45,13. Job, arruinado y humillado, exclama: «¡Me ha despojado de mi gloria!» Job 19,9 29,1-25. Con el poder Is 8,7 16,14 17,3s 21,16 Jer 48,18, implica la gloria la influencia que irradia una persona. Designa el resplandor de la belleza. Se habla de la gloria del vestido de Aarón Ex 28,2.40, de la gloria del templo Ag 2,3.7.9 o de Jerusalén Is 62,2, de la «gloria del Líbano» 1s 35,1s 60,13.
La gloria es, por excelencia, patrimonio del rey. Dice, con su riqueza y su poder, el esplendor de su reinado Par 29,28 2Par 17,5. Salomón recibe de Dios «riqueza y gloria como nadie entre los reyes» 1Re 3,9-14 Mt 6,29. El hombre, rey de la creación, es «coronado de gloria» por Dios Sal 8,6.
 
El AT vio la fragilidad de la gloria humana: «No temas cuando se enriquece el hombre, cuando se acrecienta la gloria de su casa. Al morir no puede llevarse nada, su gloria no desciende con él» Sal 49,17s. La Biblia supo ligar la gloria a valores morales y religiosos Prov 3,35 20,3 29,23.
La obediencia a Dios está por encima de toda gloria humana Num 22,17s. En Dios se halla el único fundamento sólido de la gloria Sal 62,6.8. El sabio que ha meditado sobre la gloria efímera de los impíos, no quiere ya «tener» más gloria que a Dios: «En tu gloria me asumirás» Sal 73.24s. Esta actitud, llevada a su perfección, será la de Cristo. Cuando Satán le ofrezca «todos los reinos del mundo con su gloria», responderá Jesús: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo rendirás culto» Mt 4,8ss.
 
La elevación esencial del NT está en el nexo de la gloria con la persona de Jesús. La gloria de Dios está totalmente presente en él. Siendo Hijo de Dios, es «el resplandor de su gloria, la efigie de su sustancia» Heb 1,3. La gloria de Dios está «sobre su rostro» 2Cor 4,6; de él irradia a los hombres 3.18. Él es «el Señor de la gloria» 1Cor 2,8. Su gloria la contemplaba ya Isaías y «de él hablaba» Jn 12,41. La gloria es una de las líneas de la revelación de la divinidad de Jesús.
 
El deber del hombre es reconocer y celebrar la gloria divina. El AT canta la gloria del creador, rey, salvador y santo de Israel Sal 147,1. Deplora el pecado que la empaña Is 52,5 Ez 36,20ss Rom 2,24. Arde en deseos de verla reconocida por todo el universo Sal 145,10s 57,6.12.
En el NT la doxología tiene por centro a Cristo. «Por él decimos nuestro amén a la gloria de Dios» 2Cor 1,20. Por él asciende «al Dios solo sabio… la gloria por los siglos de los siglos» Rom 16,27 Heb 13,15. A Dios se le da gloria por su nacimiento Lc 2,20, por sus milagros Mc 2,12. y por su muerte Lc 23,47. Las doxologías jalonan el progreso de su mensaje Act 11,18 13,48 21,20, como van puntuando las exposiciones dogmáticas de Pablo Gal 1,3s. Las doxologías del Apocalipsis recapitulan en una liturgia solemne todo el drama redentor Ap 15,3s. Finalmente, como la Iglesia es «el pueblo que Dios ha adquirido para alabanza de su gloria» Ef 1,14, al Padre se da «gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las edades y por todos los siglos» 3,21.
A la doxología litúrgica añade el mártir la doxología de la sangre. El creyente, «despreciando la muerte hasta morir» Ap 12,11, profesa así que la fidelidad a Dios está por encima de toda gloria y todo valor humano. Como Pedro, al precio de su sangre «glorifica a Dios» Jn 21,18.
La última doxología, al final de la historia, es el canto de las «bodas del cordero» Ap 19,7. La esposa aparece vestida de «una túnica de lino de una blancura resplandeciente» 19,8. En el fuego de la «gran tribulación» la Iglesia se ha ataviado para las bodas eternas con la única gloria digna de su esposo, las virtudes, las ofrendas, los sacrificios de los santos.
No obstante, la gloria de la esposa le viene enteramente del esposo. En su sangre se han «blanqueado» las túnicas de los elegidos 7,14 15,2, y si la esposa lleva este deslumbrante atavío, es porque «le ha sido dado» hacerlo así 19,8. Se ha dejado revestir día tras día por las «buenas obras que Dios ha preparado de antemano para que las practiquemos» Ef 2,10. En el amor de Cristo está el origen de esta gloria; en efecto, «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella…; quería presentársela a sí mismo toda resplandeciente de gloria, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e inmaculada» 5,25.27. En este misterio de amor y de santidad se consuma la revelación de la gloria de Dios.

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Dios los bendiga