"Cuando nuestros sueños se han cumplido es cuando
comprendemos la riqueza de nuestra imaginación y la
pobreza de la realidad."
Ninon de Lenclos.
Antes de cumplir 15 años y de que hubiese salido
alguna vez de Bucaramanga, Juan Pablo Hinestroza, ya
intercambiaba cartas con personas de Alemania, Siria y Taiwán, y hablaba un
inglés aceptable, por decir lo menos.
Pese a enormes limitaciones y a una pobreza
que se había acomodado en su hogar -al lado de su hermano menor y de su
mamá soltera-, Hinestroza soñaba con conocer el mundo, con viajar, con montarse
en un avión.
Lo que hacía entonces era levantarse en la madrugada,
encender un radio viejo y escuchar por horas emisoras de onda corta,
como la alemana Deutsche Welle o Radio Nederland, de los Países
Bajos.
"Así podía salir al mundo. Acuérdese de que no había
Internet y que la única televisión era el canal A o el Uno",
recuerda.
Precisamente eso, lo de montarse en un avión, es hoy
una de sus grandes satisfacciones, tan importante como haber alcanzado un
PhD en Difusión de Moléculas a través de Polímeros (un año y
medio antes que sus compañeros) o ser el director del Laboratorio de
Nanotecnología Textil de la prestigiosa Universidad de Cornell, en Nueva
York.
Eso se percibe porque es por ahí, por sus viajes
entre las nubes, por donde comienza a relatar su propia vida. "Hoy vuelo 125.000
millas por año. Hago lo que amo y puedo decir que soy un hombre
feliz", es lo primero que cuenta, sentado en el lobby de un hotel en
Bogotá, vestido con una pantaloneta y una camiseta en donde se puede leer grande
'Cornell University'.
En palabras prácticas, su felicidad se la da el
Departamento de Seguridad Interior de Estados Unidos (DHS, por sus siglas en
inglés), que gira cada año buena parte de los 1,3 millones de dólares que
necesitan el colombiano y sus alumnos para investigar.
Su laboratorio en Cornell, una de las 15
mejores universidades del mundo, también recibe recursos de la
Fundación Nacional de la Ciencia (National Science Foundation) y de los
Institutos Nacionales de Salud (National Institutes of Health), entre
otros.
El trabajo del profesor Hinestroza, de 41 años y
graduado como ingeniero químico de la Universidad Industrial de
Santander (UIS), consiste en algo que la prensa del mundo ha bautizado
como la 'ropa inteligente' y que, dicho en palabras
exageradamente sencillas -según él mismo-, es poder manipular las fibras a nivel
molecular para conseguir que estas hagan lo que uno quiera. Eso es
nanotecnología, a una escala 50.000 veces más pequeña que un
pelo.
"Trabajar en lo pequeño hace que puedas hacer cambios
muy grandes", dice de memoria antes de hablar de los alcances de sus
investigaciones, que se han traducido en hechos simplemente sorprendentes.
Puede, por ejemplo, conseguir que el algodón
-sin dejar de ser algodón- se convierta en un transmisor de
electricidad, lo que permite cargar el celular sencillamente
conectándolo a la chaqueta, o conseguir que una prenda cambie de color a
voluntad, o que sea capaz de retener los virus en el ambiente y evitar que
entren en contacto con la piel.
El mismo principio funciona para sus adelantos en el
terreno militar, en donde consiguió crear uniformes camuflados que aíslan gases
tóxicos o armas químicas.
Quizá lo más sorprendente es lo que podría definirse
como el primer paso hacia la invisibilidad. "Podemos hacer parecer algo
invisible frente a la lente de una cámara fotográfica, solamente sabiendo de la
proporción en la que hay que mezclar las moléculas", explica.
El Pentágono -le dijo Hinestroza a la agencia
Efe- también está interesado en encontrar mecanismos de protección contra
agentes biológicos para evitar ataques terroristas. "Y en eso consiste
mi trabajo", añade.
Desde que salió de la capital de Santander, primero a
Cartagena, como practicante de la multinacional Dow, y después a Estados Unidos,
como empleado en misión, siempre tuvo claro su norte.
Por eso fue capaz de renunciar para dedicarse a su
doctorado. Y de renunciar después -ya como doctor- a jugosas ofertas de trabajo
en compañías de la talla de Intel, por ejemplo.
"Lo que yo quería era ser doctor. Doctor y
profesor. Y eso fue lo que hice", enfatiza. Lo de los textiles vino
después, propiciado por cierta dosis de locura. "Me llamaban loco porque se me
ocurrió mezclar mis conocimientos en nanotecnología con los textiles y los
colorantes", relata.
Hoy, algunos de sus amigos en Colombia lo recuerdan
como un estudiante poco fiestero y muy radical. El episodio en el que terminó la
relación con su novia de la universidad, tras no dejarla copiarse, habla mucho
de su extremo sentido de la ética y la rectitud, que le son muy aplaudidas, pero
también de su enorme individualismo, que puede ser criticado.
"Pienso como los norteamericanos -afirma
Hinestroza-, que ponen primero el desarrollo individual antes que cosas como la
familia".
Así, y desde entonces, ha visitado 63 países dando
charlas y hablando de nanotecnología, pero también de superación y esfuerzo. Si
una compañía en un país en vías de desarrollo, como Colombia o Ecuador, requiere
consultarlo, la tarifa es de 2.000 dólares el día. La cifra se dobla si
la conferencia es en EE. UU. o en Europa.
Es un hombre cosmopolita. Perdió miles de dólares con
la reciente crisis mundial de las bolsas, pero ha ganado invirtiendo pesos en
Ecopetrol.
¿Pero cómo llegó a ser una figura de talla mundial,
con amigos en muchos países y a quienes puede frecuentar?
Las respuestas pueden ser muchas y venir de muchas
partes. Para empezar, sorprende que no se crea inteligente, sino más
bien constante, persistente, y se define como un ser disciplinado y
tremendamente rígido.
"Es lo que dijo Einstein. Más vale la sudoración que
la inspiración", asegura. Y bastan algunas anécdotas para entender de qué se
trata su tenacidad. No desfalleció cuando intentó entrar por primera vez a
Estados Unidos y le negaron la visa, por ejemplo, o cuando por tres veces
consecutivas varias universidades le cerraron las puertas por bajas
calificaciones en los exámenes. Entonces tampoco claudicó y, más bien, volvió a
coger los libros.
De lo que no habla es de su familia y solo se
limita a decir que ese fue un obstáculo que tuvo que vencer. Su madre,
por ejemplo, siempre le inculcó ser electricista y un tío le dijo alguna vez que
"en vez de andar perdiendo el tiempo en universidades debería conseguirse un
trabajo de verdad".
Y sobre su padre, agradece que nunca hubiese hecho
parte de su vida. "Sería otra persona. No estaría donde estoy", concluye. Y es
que su desprendimiento, o más bien, su afán por conseguir lo que quería, hizo
que una de sus ausencias del territorio patrio durara un poco más de 14
años.
Hinestroza trabaja en algo así como una nueva
piel para los humanos. "Ropa que no tengas que ponerte, sino que sea
parte integral de tu cuerpo", explica. Y añade algo aún más
inverosímil. "Que tengas todos los electrónicos juntos, integrados en la ropa.
Es decir, qué tal si tu grabadora, tu celular, tu computadora... todo funciona
integrado en circuitos pequeños. Con solo apretar una manga podrías leer este
artículo".
Entonces vuelve a lo del avión. "Nada es
imposible. Me gusta creer en lo que parece ficción. ¿O quién hubiese creído que
yo iba a volar por todo el mundo como director de investigación de una de las
mejores universidades del mundo?".
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