"Todo el que disfruta cree que lo que importa del
árbol es el fruto, cuando en realidad es la semilla. He
aquí la diferencia entre los que creen y los que
disfrutan."
Nietzsche.
Virtudes era una docente que trabajaba en una escuela que se encontraba al pie de un cerro.
Era la única docente del lugar y se encargaba de tocar la campana, de hacer la limpieza, de trabajar la quinta.
Era robusta, morena y tenía a su cargo 56 niños. Dice Joaquín Durán que estaba llena de inventos, de cuentos y de expediciones. Los chicos no se perdían ni un solo día de clase: además de jugar con ellos al fútbol, les escuchaba sus historias.
Un día, uno de los niños, Apolinaro Sosa, llegó a su casa con una notita de la maestra que aseguraba a los padres que su hijo era el mejor alumno de la clase. Al día siguiente otro niño llevó a su casa algo parecido y así otro niño, y otro más, hasta que los 56 niños llevaron a su casa el mismo mensaje de la maestra que aseguraba a los padres que su hijo era el mejor alumno.
Y no hubiera pasado nada si al recibir la noticia, el boticario hubiera reaccionado como los otros padres. Contrariamente a los demás, éste decidió hacer una gran fiesta y procedió a escribir una carta a la Señorita Virtudes en la que la invitaba, y también a los otros niños y a sus familias para el sábado siguiente.
Ese día cada niño avisó a su casa y, como ocurre siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta y todos estuvieron dispuestos a divertirse.
En medio de la reunión, el boticario pidió silencio para anunciar la razón del festejo: los había reunido para comunicarles que su hijo había sido nombrado el mejor alumno por la maestra. Y los invitó a todos a brindar por su hijo que había honrado a su padre, al apellido y al país.
Nadie levantó el vaso. Contrariamente a lo esperado, nadie aplaudió. Los padres empezaron a mirarse unos con otros bastante serios. El primero en contestar fue el padre de Sosa pues dijo que no brindaba nada porque el único mejor era su hijo. Y allí nomás el padre de una nena ya casi se le acercaba a pegarle a Sosa, diciéndole que la única mejor era su hija.
Comenzaron los gritos, los insultos, las peleas, y lo peor era que la acusaban a la maestra.
Un padre dijo: aquí la responsable de todo es la señorita Virtudes Choique. Nos ha mentido, nos ha dicho a todos los padres lo mismo: que nuestro hijo es el mejor alumno.
Y Virtudes, que hasta ese momento había permanecido callada, tomó la palabra y dijo: yo no les he mentido y voy a darles ejemplos de que lo que digo es verdad.
Cuando digo que Apolinaro Sosa es el mejor alumno no miento, porque si bien es desprolijo, es el más dispuesto a ayudar en lo que sea.
Tampoco miento cuando digo que aquél es el mejor en matemáticas, pero no es para nada servicial.
Y aquella que es una peleadora de primera, es la mejor escribiendo poesías.
Y aquel, que es poco hábil para Educación Física, es el mejor alumno en Dibujo.
¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entienden? Soy la maestra de todos y debo consturir el mundo con estos chicos. Pues entonces, ¿con qué levantaré la patria, con lo mejor, o con lo peor?
Poco a poco cada padre fue buscando a su hijo. Los mayores estaban muy serios, en cambio los chicos estaban todos contentos. Poco a poco cada cual fue mirando a su hijo con ojos nuevos, porque hasta ahora habían visto principalmente el defecto. Los padres fueron comprendiendo que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso y que es necesario destacar, subrayar y valorar.
El boticario, que era el organizador de la fiesta, rompió el silencio y dijo: bueno, el asado ya está listo y a éste festejo lo tenemos que multiplicar por 56.
Cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso y que es necesario destacar, subrayar y valorar.
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Dios los bendiga