"Las
inteligencias poco capaces se interesan en lo extraordinario; las inteligencias
poderosas, en las cosas ordinarias."
Víctor Hugo.
Según la Real Academia de la lengua española, la inteligencia se define como
la "capacidad para entender o comprender" y como la "capacidad
para resolver problemas".
Definir qué es la inteligencia es
siempre objeto de polémica; ante un escenario tan diversificado de opiniones Vernon (1960) sugirió
una clasificación de las principales definiciones. La misma se hizo en base a
tres grupos: las psicológicas, mostrando la inteligencia como la capacidad cognitiva, de aprendizaje, y relación; las biológicas, que consideran la capacidad
de adaptación a nuevas situaciones; y las operativas, que son aquellas que dan
una definición circular diciendo que la inteligencia es "...aquello que
miden las pruebas de inteligencia". Además, el concepto de inteligencia
artificial generó hablar de sistemas, y para
que se pueda aplicar el adjetivo inteligente a un sistema, éste debe poseer
varias características, tales como la capacidad de razonar, planear, resolver problemas, pensar de manera abstracta, comprender ideas y lenguajes, y aprender.
Tal diversidad indica el carácter
complejo de la inteligencia, la cual sólo puede ser descrita parcialmente
mediante enumeración de procesos o atributos que, al ser tan variados, hacen
inviable una definición única y delimitada, dando lugar a singulares
definiciones, tales como: «la inteligencia es la capacidad de adquirir
capacidad», de Woodrow, o «la inteligencia es lo que miden los test de
inteligencia», de Bridgman.
Si los expertos no logran ponerse de
acuerdo con los estándares de la inteligencia, quien puede ser un osado maestro
de escuela para determinar que tu hijo tiene falta absoluta de interés y una torpeza
más que manifiesta para continuar estudiando.
Gracias a que hay padres obstinados,
que se niegan a creer estas palabras, hoy contamos con más de mil inventos, de
un hombre considerado por su maestro de esta forma.
Relato de un bueno para nada
Nacido en una pequeña población, 1.847
El menor de cuatro hermanos
Hijo de un revolucionario, obligado
a huir de su país.
Solo curso tres meses en la escuela
y fue expulsado.
Su maestro considero que era muy
torpe y tenía falta absoluta de interés.
Sordera parcial a causa de un ataque
de escarlatina.
A raíz de esto fue educado por su
madre.
Una de sus mayores características
la curiosidad.
A los 10 años de edad, patrocinado
por su madre, monta su primer laboratorio.
A los 12 años se decide a ganar
dinero vendiendo periódicos y chucherías.
Aprendió el oficio de telegrafista.
Publico un periódico por su cuenta.
Abandona el hogar de sus padres con
solo 16 años.
De forma autodidacta, se formo con
revistas y libros.
A los 21 años, matricula su primera
patente de un invento. Considerado inútil.
A los 23 años logra su primer gran
invento, el cual le pagan muy bien.
A los 28 años construye el mayor
laboratorio de investigación del mundo.
Fallece su esposa en 1.884
Se casa de nuevo dos años después
con una mujer de carácter fuerte.
Genera empleo a mas de 5.000
personas.
Patento durante su vida mas de 1.000
inventos.
Thomas Alva Edison, el menor de cuatro
hermanos, nació el 11 de febrero de 1847, en Milan, una pequeña población de
Ohio en la que se había establecido su padre, Samuel Edison, seis años antes.
Su padre tuvo que abandonar precipitadamente Canadá a consecuencia de una
rebelión contra los ingleses en la que tomó parte y que terminó en fracaso.
Marginada por el ferrocarril, la actividad en Milan fue disminuyendo poco a
poco, y la crisis afectó a la familia Edison, que tuvo que emigrar de nuevo a
un lugar más próspero cuando su hijo Thomas ya había cumplido la edad de siete
años.
El nuevo lugar de residencia fue Port
Huron, en Michigan, donde el futuro inventor asistió por primera vez a la
escuela. Fue ésa una experiencia muy breve: duró sólo tres meses, al cabo de
los cuales fue expulsado de las aulas, alegando su maestro la falta absoluta de
interés y una torpeza más que manifiesta, comportamientos éstos a los que no
era ajena una sordera parcial que contrajo como secuela de un ataque de
escarlatina. Su madre, Nancy Elliot, que había ejercido como maestra antes de
casarse, asumió en lo sucesivo la educación del joven benjamín de la familia,
tarea que desempeñó con no poco talento, ya que consiguió inspirar en él
aquella curiosidad sin límites que sería la característica más destacable de su
carrera a lo largo de toda su vida.
Cumplidos los diez años, el pequeño
Thomas instaló su primer laboratorio en los sótanos de la casa de sus padres y
aprendió él solo los rudimentos de la química y la electricidad. Pero a los
doce años, Edison se percató además de que podía explotar no sólo su capacidad
creadora, sino también su agudo sentido práctico. Así que, sin olvidar su
pasión por los experimentos, consideró que estaba en su mano ganar dinero
contante y sonante materializando alguna de sus buenas ocurrencias.
Su primera iniciativa fue vender
periódicos y chucherías en el tren que hacía el trayecto de Port Huron a
Detroit. Había estallado la Guerra de Secesión y los viajeros estaban ávidos de
noticias. Edison convenció a los telegrafistas de la línea férrea para que
expusieran en los tablones de anuncios de las estaciones breves titulares sobre
el desarrollo de la contienda, sin olvidar añadir al pie que los detalles
completos aparecían en los periódicos; esos periódicos los vendía el propio
Edison en el tren y no hay que decir que se los quitaban de las manos.
Al mismo tiempo, compraba sin cesar
revistas científicas, libros y aparatos, y llegó a convertir el vagón de
equipajes del convoy en un nuevo laboratorio. Aprendió a telegrafiar y, tras
conseguir a bajo precio y de segunda mano una prensa de imprimir, comenzó a
publicar un periódico por su cuenta, el Weekly Herald. Una noche, mientras se
encontraba trabajando en sus experimentos, un poco de fósforo derramado provocó
un incendio en el vagón. El conductor del tren y el revisor consiguieron apagar
el fuego y seguidamente arrojaron por las ventanas los útiles de imprimir, las
botellas y los mil cacharros que abarrotaban el furgón. Todo el laboratorio y
hasta el propio inventor fueron a parar a la vía. Así terminó el primer negocio
de Thomas Alva Edison.
El joven Edison tenía sólo dieciséis
años cuando decidió abandonar el hogar de sus padres. La población en que vivía
le resultaba ya demasiado pequeña. No faltándole iniciativa, se lanzó a la
búsqueda de nuevos horizontes. Por suerte, dominaba a la perfección el oficio
de telegrafista, y la guerra civil había dejado muchas plazas vacantes, por lo
que, fuese donde fuese, le sería fácil encontrar trabajo.
Durante los siguientes cinco años
Edison llevó una vida errante, de pueblo en pueblo, con empleos ocasionales. Se
alojaba en sórdidas pensiones e invertía todo cuanto ganaba en la adquisición
de libros y de aparatos para experimentar, desatendiendo totalmente su aspecto
personal. De Michigan a Ohio, de allí a Indianápolis, luego Cincinnati, y unos
meses después Memphis, habiendo pasado antes por Tennessee.
Su siguiente trabajo fue en Boston,
como telegrafista en el turno de noche. Llegó allí en 1868, y poco después de
cumplir veintiún años pudo hacerse con la obra del científico británico Michael
Faraday Experimental Researches in Electricity, cuya lectura le influyó
muy positivamente. Hasta entonces, sólo había merecido la fama de tener cierto
don mágico que le permitía arreglar fácilmente cualquier aparato averiado.
Ahora, Faraday le proporcionaba el método para canalizar todo su genio inventivo.
Se hizo más ordenado y disciplinado, y desde entonces adquirió la costumbre de
llevar encima un cuaderno de notas, siempre a punto para apuntar cualquier idea
o hecho que reclamara su atención.
Convencido de que su meta profesional
era la invención, Edison abandonó el puesto de trabajo que ocupaba y decidió
hacerse inventor autónomo, registrando su primera patente en 1868. Se trataba
de un contador eléctrico de votos que ofreció al Congreso, pero los miembros de
la cámara calificaron el aparato de superfluo. Jamás olvidó el inventor
estadounidense esta lección: un invento, por encima de todo, debía ser
necesario.
Sin un real en el bolsillo, Edison
llegó a Nueva York en 1869. Un amigo le proporcionó alojamiento en los sótanos
de la Gold Indicator Co., oficina que transmitía telegráficamente a sus
abonados las cotizaciones de la bolsa neoyorquina. Al poco de su llegada, el
aparato transmisor se averió, lo que provocó no poco revuelo, y él se ofreció
voluntariamente a repararlo, lográndolo con asombrosa facilidad. En recompensa,
se le confió el mantenimiento técnico de todos los servicios de la compañía.
Pero como no le interesaban los empleos
sedentarios, aprovechó la primera ocasión que se le presentó para trabajar de
nuevo por su cuenta. Muy pronto recibió un encargo de la Western Union, la más
importante compañía telegráfica de entonces. Se le instaba a construir una
impresora efectiva de la cotización de valores en bolsa. Su respuesta a este
reto fue su primer gran invento: el Edison Universal Stock Printer. Le
ofrecieron por el aparato 40.000 dólares, cantidad que le permitió por fin
sentar la cabeza. Se casó en 1871 con Mary Stilwell, con la que tuvo dos hijos
y una hija, e instaló un taller pequeño pero bien equipado en Newark, Nueva
York, en el que continuó experimentando en el telégrafo en busca de nuevos
perfeccionamientos y aplicaciones. Su mayor contribución en ese campo fue el
sistema cuádruple, que permitía transmitir cuatro mensajes telegráficos
simultáneamente por una misma línea, dos en un sentido y dos en otro.
Bien pronto se planteó Edison la
construcción de un verdadero centro de investigación, una «fábrica de
inventos», como él lo llamó, con laboratorio, biblioteca, talleres y viviendas
para él y sus colaboradores, con el fin de realizar no importa qué
investigaciones, mientras fuesen prácticas, ya fueran por encargo o por puro
interés personal. Los recursos económicos no le faltaban y las proporciones de
sus proyectos se lo exigían. Buscó un lugar tranquilo en las afueras de Nueva
York hasta que encontró una granja deshabitada en el pueblecito de Menlo Park.
Fue el lugar elegido para construir su nuevo cuartel general, el primer
laboratorio de investigaciones del mundo, de donde habrían de salir inventos
que cambiarían las costumbres de buena parte de los habitantes del planeta.
Se instaló allí en 1876 (tenía entonces
veintiocho años), e inmediatamente se puso a trabajar. La búsqueda de un
transmisor telefónico satisfactorio reclamó su atención. El inventado por
Alexander G. Bell, aunque teóricamente bien concebido, generaba una corriente
tan débil que no servía para aplicaciones generales. Sabía que las partículas
de grafito, según se mantuvieran más o menos apretadas, influían sobre la
resistencia eléctrica, y aplicó esta propiedad para crear un dispositivo que
amplificaba considerablemente los sonidos más débiles: el micrófono de gránulos
de carbón, que patentó en 1876.
Era habitual en Edison que un trabajo
le llevase a otro, y el caso anterior no fue una excepción. Mientras trataba de
perfeccionar el teléfono de Bell observó un hecho que se apresuró a describir
en su cuaderno de notas: «Acabo de hacer una experiencia con un diafragma que
tiene una punta embotada apoyada sobre un papel de parafina que se mueve
rápidamente. Las vibraciones de la voz humana quedan impresas limpiamente, y no
hay duda alguna que podré recoger y reproducir automáticamente cualquier sonido
audible cuando me ponga a trabajar en ello». Liberado, pues, del teléfono,
había llegado el momento de ocuparse del asunto. Un cilindro, un diafragma, una
aguja y otros útiles menores le bastaron para construir en menos de un año el
fonógrafo, el más original de sus inventos, un aparato que reunía bajo un mismo
principio la grabación y la reproducción sonora.
El propio Edison quedó sorprendido por
la sencillez de su invento, pero pronto se olvidó de él y pasó a ocuparse del
problema del alumbrado eléctrico, cuya solución le pareció más interesante. «Yo
proporcionaré luz tan barata -afirmó Edison en 1879- que no sólo los ricos podrán
hacer arder sus bujías.» La respuesta se encontraba en la lámpara de
incandescencia.
La actividad de este genial inventor se
prolongó más allá de cumplidos los ochenta años, completando la lista de sus
realizaciones tecnológicas hasta totalizar las 1.093 patentes que llegó a
registrar en vida. La arteriosclerosis, sin embargo, fue minando la salud de
este inquieto anciano, cuyo fallecimiento tuvo lugar el 18 de octubre de 1931,
en West Orange, Nueva Jersey.
Una breve biografia escrita por[ su hijo recuerda una fría noche de diciembre en
1914. Experimentos infructuosos con la batería de placas alcalinas de hierro y
níquel, un proyecto en el que trabajó diez años, habían puesto a Edison en la
cuerda floja, económicamente. Estaba solvente sólo por las ganancias
provenientes de la producción de películas y discos.
En esa noche de diciembre, el grito de «¡Fuego!» se
escuchó por toda la planta. El fuego había brotado en el cuarto de películas.
En pocos minutos, todos los componentes almacenados, celuloide para discos y
películas y otros artículos inflamables, ardían. Acudieron compañías de
bomberos de ocho pueblos cercanos, pero el calor era tan intenso y la presión
del agua tan baja que los intentos por dominar las llamas fueron inútiles. Todo
se destruyó.
Al no encontrar a su padre el hijo se preocupó.
¿Estaba a salvo? Con todos sus bienes destruidos, ¿cómo estaba su espíritu?
Entonces vio a su padre que corría hacia él.
«¿Dónde está mamá?», gritó el inventor. «¡Búscala,
hijo!, ¡dile que venga y reúna a todos los amigos! ¡Nunca más verán un incendio
como este!»
En la madrugada, mucho antes del amanecer, con el
fuego ya bajo control, Edison reunió a sus empleados y les hizo un anuncio increíble:
«¡Reconstruiremos!»
Dirigiéndose a uno de sus hombres, le dijo que
alquilara toda la maquinaria que encontrara en el área. A otro le dijo que
consiguiera una grúa en la Erie Railroad Company. Luego, como se le ocurriera
de pronto, añadió: «Oh, a propósito, ¿alguno de ustedes sabe dónde podemos
conseguir dinero?»
Más tarde, explicó: «Siempre podemos sacar ventaja
de un desastre. Lo que ha pasado es que limpiamos un poco de cosas viejas.
Ahora construiremos algo más grande y mejor sobre las ruinas». Después de un
momento, bostezó, enrolló su saco para que le sirviera de almohada, se acurrucó
sobre una mesa e inmediatamente se quedó dormido.
Esa es la aptitud de un verdadero triunfador.
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