"La voz interior me dice que
siga combatiendo contra
el mundo entero, aunque me encuentre solo. Me dice
que
no tema a este mundo sino que avance llevando
en mí nada más que el temor a
Dios."
Mahatma Gandhi.
Es completamente normal sentir miedo al comenzar un nuevo capítulo en nuestra vida (amor, trabajo, estudios o proyectos), ese miedo está clavado en nuestro instinto desde el origen de nuestra especie y es un mecanismo de defensa que nos salva de hacernos daño físicamente. Pero si es algo complejo e inasible, como un nuevo proyecto o una nueva relación de pareja, el miedo encuentra su razón, principalmente, en un temor a fracasar, a ser juzgado, a perderlo "todo", a salir lastimado emocionalmente.
Mirémoslo desde otra perspectiva: hay cientos de personas en el mundo paralizadas por sus miedos, esperando a que llegue una fuerza sobrenatural que los saque de donde están para ser o comenzar a hacer lo que siempre desearon. Y generalmente así ocurre, un evento, un desastre, una tragedia familiar los sacude y los orilla a emprender de nuevo el camino. ¿Pero por qué esperar a que eso ocurra? ¿Por qué no tomar las riendas y dejar de pensar que el miedo nos está protegiendo de... nosotros mismos?
Lo primero que hay que saber es que aquellos que nos juzgan más duramente son los que nunca se atrevieron a moverse de su zona de confort, los que se quedaron ahí donde todo es cálido, conocido y seguro -yo los llamo "los reyes del sofá". La diferencia entre alguien que te dice la verdad y alguien que te juzga cuando fallas, es que las palabras del segundo vienen de la frustración, no del aprecio o la solidaridad. No hay que temer empezar algo nuevo si lo que se teme es el juicio de los demás, porque corremos el riesgo de convertirnos en aquellos que nos juzgan, en los nuevos reyes del sofá, rumiando cobardía en secreto, resignándonos a vivir en deuda con nosotros mismos.
Dos
hombres fueron condenados. La sentencia consistía en que en un día determinado,
en veinte años, serían torturados lentamente hasta la muerte.
Al
escuchar la sentencia, el más joven se retorció de la pena y del dolor, y a partir de ese día, cayó en
una profunda depresión.
“¿Para qué
vivir?” se preguntaba, “si de todas maneras van a arrebatarme la vida, y de una
manera inconcebiblemente terrible?”
Desde ese día
nunca fue el mismo. Cuando alguno de sus cercanos, compadecido por su estado, le ofrecía apoyo para tratar de alegrarlo,
respondía rencorosamente diciendo:
- Claro, como
tú no tienes que cargar mis penas,
todo te parece fácil.
En otras
ocasiones también replicaba:
- Tú no sabes
lo que sufro, no es posible que me entiendas…
Y, a veces,
alegaba en voz alta:
- ¿Para qué
me esfuerzo? Si de todas formas…
Y así, poco a
poco, el hombre se fue encerrando en su amarga soledad y murió mucho antes de que se
cumpliera el plazo de los veinte años.
El
otro hombre, al escuchar la sentencia, se asustó y se impresionó, sin embargo a
los pocos días resolvió que, como sus días estaban contados, los
disfrutaría.
Con frecuencia afirmaba:
Con frecuencia afirmaba:
- No voy a
anticipar el dolor y el miedo
empezando a sufrir desde ahora.
Otras veces
decía:
- Voy a
agradecer con intensidad cada día que me quede.
Y, en vez de
alejarse de los demás, decidió acercarse y disfrutar a los suyos, para sembrar
en ellos lo mejor de sí.
Cuando
alguien le mencionaba su condena, respondía en broma:
- Ellos me
condenaron, yo no me voy a condenar sufriendo anticipadamente y, por ahora,
estoy vivo.
Fue así que,
paulatinamente, se convirtió en un hombre sabio y sencillo, conocido por su
alegría y su espíritu de servicio.
Tanto, que
mucho antes de los veinte años, le fue perdonada su condena.
El 99% de
tus miedos no se realizarán.
Cree en Dios
, disfruta la libertad de ser feliz.
La verdadera
libertad no está en lo que haces, sino en la forma como eliges vivir lo que
haces, y sólo a ti te pertenece tal facultad.
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Dios los bendiga