domingo, 20 de enero de 2013

AMOR PROPIO

                 "Al final de nuestros días, cuando lleguemos a ser
                  viejos, lo único que nos quedará serán nuestros
                  recuerdos... Y triste es no tener recuerdos de un
                  momento de amor verdadero."
                                                           
                                                                  Lily Caro.


Un aficionado a la opera comento que el famoso tenor Beniamino Gigli era el segundo Enrique Caruso. Se dice que Gigli respondio: "No soy el segundo Caruso: Soy el primer Gigli". Definitivamente esta es una gran muestra de lo que debe ser amor propio, primeramente, segun su biografia Gigli En 2009 fue elegido como el mejor tenor del siglo XX, por un jurado integrado por críticos y especialistas españoles e italianos. Es considerado uno de los mejores tenores de la primera mitad del siglo XX, y junto a Enrico Caruso y Jussi Björling era el tenor predilecto para los papeles de tenor lírico en la Metropolitan Opera de Nueva York antes de la Segunda Guerra Mundial. Por esto y mucho mas es razonable la respuesta de Gigli.
La persona al nacer, trae consigo rasgos biológicos que nos hacen diferentes el uno del otro, como por ejemplo el color de piel, de ojos, de pelo, etc. Pero existe una parte en nuestro interior que no es visible, que también nos hace diferentes del resto, la identidad propia, nuestra naturaleza interior, que nos entrega una forma propia de ver y actuar en el desarrollo de nuestras vidas.
Como seres humanos somos iguales, pero con muchas diferencias que nos hacen tener una esencia propia de cada uno. Al momento de nacer, no elegimos los rasgos biológicos con los que tal vez quisiéramos nacer, tampoco elegimos el lugar geográfico, tampoco nuestros padres, en fin, todos estos factores afectan el desarrollo de la identidad propia, ya que, nos vamos a desenvolver con distintas personas, distinto lenguaje, distintas creencias, distintos climas, etc.
Con frecuencia decimos que una persona es única; no hay nadie en el mundo como esta o la otra. Nunca habrá otra persona como esa persona debido a sus talentos, personalidad, creatividad, etc. Decimos cuando Dios nos hizo, él tiró el molde.
Pero Jesucristo es únicamente diferente de cualquier otra persona que alguna vez haya vivido.
Nadie más puede conocer a Dios como Dios mismo. "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios " (Juan 1:1-2).
Cuando Jesús habló, Dios habló (Heb. 1:1-3).
Una enseñanza primaria en el primer siglo de las confesiones de los Cristianos incluyó a Jesús el Hijo de Dios, el unigénito del Padre, la segunda persona de la Trinidad. Jesús es por toda la eternidad el Hijo de Dios (Juan 1:1-4, 14, 18; 3:17; 11:27; 1 Jn. 3:8; 4:9-14).
 
En los libros sapiensales de la Biblia con frecuencia el llamado al pueblo de Dios es a ser humildes, no altivos ni orgullosos. Si lo pensamos por un momento, la altanería y el orgullo son ambas formas de un amor propio que nos pone a nosotros mismos en el lugar que sólo le corresponde a Dios. Expresado de otra manera: “Me amo tanto, que no puedo dejar que nada ni nadie me subyugue o esté por encima de mi”. Este es un amor torcido, sucio, corrupto, fuera de límites.

Una de las funciones del amor al prójimo es poner en su debido lugar el amor propio (no al revés). Si amamos a los demás como a nosotros mismos, no hay forma de que nos amemos más de lo que los amamos a ellos.

Un ejemplo es necesario. La sociedad se rige por normas que definen derechos y obligaciones; éstos existen a causa de nuestro pecado, para poner límites a nuestra naturaleza pecaminosa. La relación entre derechos y obligaciones es tal que si una persona tiene un derecho, es obligación del resto de la sociedad respetar dicho derecho. En este caso, podríamos considerar los derechos de cada persona como parte de su amor propio, y las obligaciones de cada persona como parte del amor al prójimo. Si una persona se ama mucho, exigirá de todos el respeto de sus derechos, pero al hacerlo no le quedará tiempo ni energía suficiente como para respetar los derechos de los demás; si todos hiciéramos esto, está garantizado que no se respetarían los derechos de nadie. (¿Les resulta familiar esta situación?) Por otro lado, si todos respetamos los derechos de los demás en lugar de concentrarnos en nuestros propios derechos, el cumplimiento de los derechos de todos está garantizado. De modo que mis derechos están limitados por los derechos de mis prójimos. Y al respetar los derechos de mis prójimos me estoy amando a mi mismo.

De modo similar, mi amor propio está limitado por mi amor al prójimo. Pero una cosa es lo que yo llamo amor propio: el reconocimiento del valor de mi vida por el simple hecho de ser creación de Dios a su imagen y semejanza; y otra cosa es lo que llamo ego: el deseo de tomar el lugar de Dios y pretender que todo gire a mi rededor para mi comodidad y capricho. El ego es el amor propio distorsionado y corrompido por el pecado. Este amor propio tiene dos consecuencias directas sobre mi relación con mis prójimos y con Dios. No puedo negar el amor a mis prójimos por el simple hecho de que los mismos motivos que tengo para amarme también aplican a ellos del mismo modo y en el mismo grado (todos somos creación de Dios y, en comparación con Dios, todos somos igual de insignificates). Pero no puedo amarme a mí mismo ni a mis prójimos si no amo a Dios y no reconozco que su creación es buena y digna de ser apreciada. Por lo tanto, el centro de todo sigue siendo el primer mandamiento: Primero debo amar a Dios.

De hecho en las referencias proporcionadas se da por sentado que TODO ser humano se ama a sí mismo. En Mateo 22:39, el Señor está afirmando implícitamente que puesto que todos nos amamos tanto a nosotros mismos, la mejor manera de cumplir con la Ley, será amar a los demás como lo hacemos con nuestras propias personas.

De esto deduzco que el amor propio, amarme a mí mismo, no es algo que desagrade a Dios por sí mismo; Dios espera que nos amemos… del modo correcto y en el lugar que nos corresponde. Pero siendo criaturas pecadoras, el único modo de lograr esto, es desafanándonos de nosotros mismos y poniendo toda nuestra voluntad y energía en amar a Dios, y consecuentemente, amar a nuestros prójimos por ser creación de Dios a su imagen… igual que yo.

Por eso tampoco podemos negar categóricamente que amarnos, en el sentido descrito, sea malo, pues después de todo, es parte de un mandamiento expresado por el mismo Señor Jesucristo, aunque cabe aclarar que es una especie de parche a causa del pecado, de nuestro ego. No obstante, podemos limitar los daños que dicho mandamiento, erróneamente interpretado, pueda hacer por medio de nuestra naturaleza pecaminosa.

Sólo a Dios la Gloria

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Dios los bendiga