miércoles, 8 de agosto de 2012

EXITOS Y FRACASOS

                 "La inteligencia consiste no sólo en el
                conocimiento, sino también en la destreza de
                aplicar los conocimientos en la práctica."

                                              Aristóteles.


Durante los últimos años del siglo XIX, Estocolmo era una gran ciudad silenciosa, donde vivían ricos comerciantes noruegos y suecos, que monopolizaban los intercambios comerciales entre Rusia y los otros países del norte de Europa. Era una ciudad que se iba extendiendo progresivamente; las primeras industrias nacían en el límite de los inmensos bosques suecos y, en los astilleros, se trabajaba con una actividad incesante en la construcción de barcos.

Alfredo Nóbel nació al comienzo de tal prosperidad, el 21 de octubre de 1833. Su padre, ingeniero muy apreciado por su viva inteligencia, se había consagrado durante largos años al estudio de los explosivos, interesándose por conocer su composición química y sus efectos. Fue el primero que logró construir una mina submarina (torpedo fijo o flotante que estalla al menor choque y se emplea para atacar barcos enemigos y como defensa de los puertos) que despertó el interés de todas las naciones europeas, deseando cada una de ellas adquirir la respectiva patente para poseer los derechos de explotación exclusiva. Cuando Alfredo Nóbel era todavía un niño, el gobierno ruso propuso a su padre que se trasladara a San Petersburgo para instalar allí una fábrica destina da a la producción, en gran escala, de este tipo de aparatos de guerra. El padre aceptó, haciendo que el destino de Alfredo fuese crecer y formar su espíritu entre explosivos. No resulta sorprendente por lo tanto que, años más tarde, se dedicara él también a profundizar y revelar los secretos de esta clase de investigaciones.

Comenzó sus estudios en Estocolmo, los continuó en San Petersburgo y, cuando sólo contaba diecisiete años, su padre lo hizo viajar sin compañía
por Alemania, Francia, Inglaterra y Estados Unidos; hablaba ya, con la misma perfección: sueco, francés, inglés, alemán e italiano. Su genio se manifestó tempranamente. Bajo la sabia dirección de su progenitor, que fue el mejor de sus guías, no tardó en ser conocido, sobre todo por algunos inventos relacionados con diferentes sectores de la industria mecánica. No tenía aún veinte años, cuando hizo patentar un tipo especial de medidor (contador) de gas y un modelo de medidor de agua. Pero, por esta misma época, un período difícil se iniciaba para los Nóbel. Europa, que hasta el año 1815 había vivido angustiada por la guerra, deseaba ahora paz y tranquilidad; las razones militares que habían llevado a Rusia a contratar los servicios del ingeniero sueco perdieron importancia, y el gobierno imperial decidió suspender la fabricación de minas submarinas y cerrar las fábricas.

Cuando regresó a Suecia con su padre y su hermano, Alfredo quiso intentar la fabricación de nitroglicerina en grandes cantidades, estableciendo una verdadera manufactura; esto era algo que nadie había osado imaginar, pues la producción de esta materia presenta numerosos peligros. Se trata, en efecto, de un explosivo extremadamente sensible, descubierto en el año 1847, en los laboratorios de la Universidad de Turín, por quien habría de implantar, más tarde, la utilización de la dinamita en la agricultura: el químico italiano Ascanio Sobrero (1812-1888), que se había adelantado a Alfredo Nóbel en el descubrimiento de la nitroglicerina.

En 1864, cuando el éxito parecía seguro, una tragedia enlutó a la familia Nóbel. La imprudencia de algunos obreros, que trabajaban en la fábrica recién terminada, provocó una tremenda explosión que hizo saltar todas las instalaciones y causó la muerte de cinco trabajadores y de Emilio Nóbel, el hermano menor de Alfredo. Fue una dura prueba para el joven sabio. Solo, privado de su querido compañero, sin apoyo y sin recursos, tuvo que alquilar una vieja embarcación en la que instaló su laboratorio.

En 1865, la fortuna parecía volver a sonreírle; fundó la primera fábrica en Alemania y, algún tiempo más tarde, otra en Suecia. Pero siempre estaba expuesto al riesgo que ofrecía, en todo momento, la manufactura de este tipo de explosivo esencialmente peligroso. Tuvo entonces la idea de mezclar la nitroglicerina con una sustancia permeable inerte. Obtuvo, de este modo, la dinamita', mucho menos peligrosa en su fabricación que la nitroglicerina.

Para poder satisfacer los pedidos que recibía de todos los puntos de la Tierra, Nóbel estableció numerosas fábricas en toda Europa; pero el éxito no lo alejó del estudio y de la investigación. Agregando otras sustancias a los explosivos que ya había descubierto, el gran sabio sueco logró nuevos productos: la dinamita-goma, obtenida gelatinizando 92 partes de nitroglicerina por 8 partes de nitro celulosa; y la balistita, que contiene partes casi iguales de nitroglicerina y nitrocelulosa, con un 10 % de alcanfor. Las patentó en 1887 y 1888; luego las ofreció al gobierno francés que las rechazó. Este acontecimiento, aparentemente sin importancia, marcó el punto de partida de una sucesión de hechos que habrían de complicar su existencia. Cuando sus experiencias comenzaban a proporcionarle tanto dinero como para convertirlo en el hombre más rico de su época, se desató una campaña en contra suya.

Periódicos, políticos, medios comerciales e industriales hicieron recaer sobre él la responsabilidad de los horrores de las guerras futuras. Olvidaban o desdeñaban los notables servicios que podrían prestar la dinamita y otros explosivos, empleados con fines pací icos. Nóbel no había trabajado para acrecentar las matanzas, sino para impulsar la ciencia en su camino hacia el progreso; aún más: conservaba la ilusión de contribuir a descartar los peligros de nuevos conflictos bélicos, mediante los resultados de su labor. ¿Cómo hubiera sido posible llevar a buen fin los trabajos de los túneles del Simplón, de 20 kilómetros de largo, o del San Cotardo, de 15 kilómetros, sin el auxilio de la dinamita?

En 1891, Alfredo Nóbel estaba en París. Una mañana, mientras hojeaba un periódico, leyó con asombro la noticia de su muerte. Se trataba de una horrible broma, pero más afectado se sintió aún por los comentarios que acompañaban la noticia, los cuales llegaban hasta el ensañamiento. Algunos lo calificaban de "ser maléfico"; otros, de "autodidacta que lleva a los hombres a su destrucción". Todos sus detractores afirmaron que se respiraba una atmósfera de alivio, pues por fin desaparecía un hombre que había dedicado toda su vida a descubrir los medios que permitirían a la humanidad provocar más cruelmente su propia perdición.

Abatido por semejantes lecturas, Nóbel abandonó París y marchó a San Reino, donde continuó sus trabajos. Hizo nuevos descubrimientos en un terreno que no pertenecía a la química ni a la física, pero las campañas que se habían levantado en contra de él altera ron profundamente su salud. En 1895, a pesar de que ¡amas había tenido otro fin que el bien de sus semejantes, sintió a su alrededor un clima de injusta incomprensión y hasta de odio. Hizo testamento y, con las inmensas riquezas que había reunido, decidió crear una Institución que sería famosa. Deseaba borrar todo recuerdo del odio de sus contemporáneos y que la posteridad le rindiera justicia.

El 10 de diciembre de 1896, a la edad de sesenta y tres años, Alfredo Nóbel murió en su residencia de invierno de San Remo, dejándonos, además de sus grandes inventos, el claro ejemplo de su fuerte y valiente personalidad. El 31 de diciembre se abrió su testamento. En él establecía que, con su fortuna, la más grande que un sueco reuniera individualmente, ya que sobrepasaba los 9 millones de dólares, se premiase cada año, sin distinción de nacionalidad, credo, raza o color, el mejor descubrimiento en el campo de la física, la química, la medicina y la fisiología, la obra literaria animada del mejor ideal y el trabajo más eficaz para el acercamiento y el desarme de los pueblos (obra en pro de la paz universal).

El premio consiste en la entrega de una medalla, un diploma simbólico y una suma en efectivo que varía de año en año; así, por ejemplo, en 1915 fue de 50.000 dólares y, en 1935, de 42.000. Sin embargo, no es el dinero lo más importante del premio; el honor y el prestigio que confiere significan mucho más.

Según disposición testamentaria, los premios de física y de química los discierne la Real Academia Sueca de Ciencias; los de medicina y fisiología, la Facultad de Medicina de la Universidad de Estocolmo; los de literatura y los de la paz, un comité de cinco miembros nombrados por el Parlamento.

Asistamos a una elección del Premio Nóbel de Literatura. Son las cuatro de la tarde de un jueves del mes de octubre. Los "dieciocho inmortales" que integran la Real Academia Sueca se reúnen en su sesión semanal en la sala de deliberaciones, blanca y oro, de su local situado en la planta alta de la Bolsa de Valores. Los académicos ocupan sus sitios, en sillones numerados que rodean una mesa cubierta de damasco azul. Delante de cada miembro hay una vela encendida y una copa de agua azucarada. Los académicos votan por medio de unas bolitas blancas de marfil, que depositan silenciosamente en un gran tibor (vaso grande de barro o porcelana oriental) japonés.

Una vez conocido el resultado, mientras los periodistas corren a los teléfonos para dar la noticia al mundo, el secretario de la Academia entrega a cada uno de los miembros presentes el medallón de plata que el fundador de la misma, el gran rey sueco Gustavo Adolfo, creara en 1786 para recompensar a los que concurrían a las sesiones. En el anverso del medallón está estampada la imagen del Rey, y en el reverso, el lema de la Academia, "genio y gusto". Algunos guardan el medallón y otros, según la tradición, lo cam bian por coronas en la conserjería. Luego, los académicos van a comer en la vecina cervecería-restaurante propiedad de la Aca demia, y discuten allí los alcances de su reciente elección.

El 10 de diciembre, aniversario de la muerte de Nóbel, a las cinco de la tarde, los nuevos ganadores asisten, en la ópera de Estocolmo, a la entrega de los premios. La ceremonia es presidida por el Rey, hallándose presentes los miembros de la familia real, oficiales de la corte, el cuerpo diplomático, representantes de la Fundación Nóbel, ministros del gobierno y otros personajes ilustres. Es una solemne reunión, en la cual el traje de etiqueta es obliga torio. Se toca música clásica y cada etapa de la ceremonia se señala con toques de cometa. El presidente de la Fundación presenta a cada ganador con un corto discurso en el que se exponen los mo tivos por los cuales se les otorgó tan alta distinción, y el Rey les entrega el premio. Después de esta ceremonia tradicional, la Funda ción ofrece un banquete al que concurre toda la, familia real, excepto el Rey. Se brinda por el soberano y cada ganador pronuncia unas palabras en su propia lengua. A la noche siguiente, el Rey ofrece un banquete en el Palacio Real.

En el año 1901 se entregaron por primera vez los Premios Nóbel. Los cinco ele ¡dos para recibir tan importante galardón fueron:

Ciencias físicas, Guillermo Roentgen, alemán, descubridor de los rayos X; ciencias químicas, Jacobo van Hoff, holandés; fisiología y medicina, Emilio ven Behring, creador de la moderna sueroterapia que sirvió de base para la curación de la difteria; literatura, Armando Sully-Prudhonune, poeta francés; obra de la paz, Juan Enrique Dunant, filántropo suizo, fundador de la Cruz Roja Internacional, y Federico Passy, economista francés, fundador de la Sociedad Francesa de Arbitraje Internacional y de la Liga Internacional de la Paz.

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