"Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión"
Tal cosa no ocurría por cierto en el Sur de los Estados Unidos tan sólo
cincuenta años atrás. El estigma del prejuicio y la discriminación racial se hallaba grabado en el cuerpo de la sociedad con la
violencia indeleble del hierro candente. En la ciudad de Montgomery, Alabama,
una de las tantas paradigmáticas comunidades donde la tradición marcaba el paso,
existían leyes segregacionistas aprobadas.
Los negros no sólo eran relegados económica y laboralmente, sometidos a
una condición de inferioridad permanente, reprimidos por las autoridades y
marginados de derechos fundamentales como el voto o la libre expresión, sino que
debían sufrir la humillación cotidiana de no poder compartir con los blancos los
mismos lugares públicos: escuelas, restaurantes, salas de espera; incluso los
baños y bebederos lucían ominosos letreros de "blancos solamente" o "negros no".
Era imposible que ciudadanos de las dos razas compartieran un taxi, puesto que
los conductores blancos sólo servían a pasajeros blancos, y los negros tenían un
sistema especial para ellos. Los autobuses, por ejemplo, estaban divididos con
una línea, pero si el sector blanco se completaba, los pasajeros de color debían
levantarse para acomodar a los que ascendían.
Es llamativo cómo grandes revoluciones pueden comenzar con gestos
aparentemente minúsculos y sin importancia. Nunca mejor dicho que en este caso.
El 1º de diciembre de 1955, Rosa Parks, una modesta y tranquila costurera, subió
al autobús en la Avenida Cleveland camino a casa luego de una larga jornada de
trabajo.
Tomó asiento detrás del departamento reservado a los blancos, y a medida que recorría las calles observaba cómo el vehículo se llenaba
lentamente; al poco tiempo, el chofer se acercó a ella y le ordenó, junto a
otros tres negros, que dejaran sus lugares a los pasajeros blancos que acababan
de ingresar. No había otros asientos libres, así que tendría que ceder su sitio
a un varón blanco y proseguir de pie el resto del trayecto. En una reacción sin
precedentes para la comunidad de Montgomery, la señora Parks, serena pero
firmemente, se negó.
El resultado inmediato fue su detención. La noticia circuló como reguero
de pólvora por la ciudad, y la imagen de la policía arrestando a una mujer de
porte humilde y equilibrado, de la que no podía imaginarse ni sombra de
provocación, causó su impacto. Pronto los líderes negros se pusieron en campaña,
y la circunstancia hizo surgir en la escena al joven pastor de una iglesia
bautista local, quien, desconocido hasta ese momento, sería luego admirado en
todo el mundo como uno de los máximos paladines de los derechos civiles del
siglo XX: el Reverendo Martin Luther King Jr.
El clérigo no sólo traía consigo el carisma y la voluntad
inquebrantable, sino también un método de lucha: la resistencia pacífica
concebida por el Mahatma Gandhi para expulsar al Imperio Británico de la India.
Determinaron llevar a cabo un boicot a los autobuses. Clandestinamente
diseminaron un panfleto instando a la comunidad negra a abstenerse de usar el
servicio a partir de la mañana del 5 de diciembre. Y el efecto fue fulminante.
Puesto que dos tercios de los usuarios eran de color, los autobuses viajaban
vacíos como fantasmas; la gente caminaba hasta sus lugares de trabajo, a veces
recorriendo ocho o nueve kilómetros, o se organizaba colectivamente en taxis y
autos particulares. Todo se realizó en silencio, sin incidentes y con la cabeza
alta. Cuando se les preguntaba cómo se sentían, algunos negros contestaban:
"Mis pies, cansados; mi alma: ¡liberada!".
La protesta atrajo la atención de todo el país, pero lo que comenzó
siendo una acción casi espontánea acabó en un movimiento prolongado que puso a
prueba la madurez de toda una colectividad. Los blancos no relegarían fácilmente
sus privilegios; habría arduas negociaciones, procesos legales, amenazas
telefónicas y personales, arbitrariedades y represión manifiesta, y la aparición
siempre cobarde e intimidatoria del ominoso Ku Klux Klan. El propio Martin Luther King fue
encarcelado, su casa bombardeada y su reputación jaqueada con calumnias.
Sin embargo, no cejó, y la comunidad negra tampoco. Fueron once meses de
paciencia y orgullo tenaz, hasta que la resistencia dio sus frutos: el 13 de
noviembre de 1956 la Suprema Corte de la Nación declaró inconstitucionales las
leyes referentes a la segregación de los autobuses en Alabama.
Lejos de festejar una victoria, el reverendo King proclamó una toma de
conciencia general para evitar todo tipo de euforia y mantener las normas de
cordialidad y no violencia durante el proceso de integración de los vehículos
públicos. El triunfo estaba asegurado, pero la lucha por liberar al país del
racismo y la opresión apenas comenzaba.
El epílogo de la gesta de Montgomery aún pone lágrimas en los ojos de
algunos viejos. Vencido moral y legalmente, el Ku Klux Klan reinició las
hostilidades mediante una política sistemática de amenazas. Cuarenta coches
repletos de encapuchados con sus distintivos atavíos se propusieron recorrer las
avenidas del barrio negro. Esperaban que, como siempre, el miedo metiera a las
víctimas en sus casas.
No hubo tal cosa. Hallaron al pueblo volcado en las calles, cientos de
miradas calmas pero resueltas que los enfrentaban en cada acera y cada esquina;
hombres, mujeres y niños confiados en el nuevo respeto a sí mismos que habían
ganado a pulso... Sin saber cómo reaccionar ante la sorpresa, la caravana del
terror dio la vuelta y se marchó por donde vino.
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